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Mónica García Rodríguez

Bio-bibliografía
Mónica García Rodríguez, 1969. Nace en Granada, pero reside en Marbella (Málaga) desde su nacimiento. Estudia veterinaria en la UCO y ejerce como tal desde 1993. En 2016 auto publica su priemr libro corto a manera de ejercicio, Duerces, atajo al agujero del gusano (2016), al que suceden otros diez. Sus historias surgen de paseos en bicicleta, en el campo con los amigos, caminatas junto al mar...
Obras publicadas: "Hipócrita de a Diario", 2016; "Insolente e Insólita", 2017; "La perfecta pócima", 2017; "El libro de Britania", 2018; "Historias que no envejecen", 2018; "Aliendario", 2018; "Las 23 hojas del mar", 2019; "El konjuro de los kanguros", 2021; "Hárbol con h", 2021; "Estúpido romanticismo", 2021.
Actividad o actividades en las que participa
Poemas
EL ESCRITOR INFINITO
Todo de la nada viene
porque el pasado no existe.
Llamémosle a ese vacío
el vacío del infinito
con fin en punto certero,
...un punto en el cementerio,
que hará, de nada,
algo nuevo.
Igual pasa
con el libro,
al que preceden
memoria, experiencia y ganas de imaginar,
—es decir, nada—,
cuando el tomo llega a “Fin”,
muere,
y el que escribe
comienza de nuevo a vivir .
Así fue que decidí
crear muchas cortas vidas
para echarlas a volar y,
aunque doliese en el alma,
decirles que en mí, ya no más.
A veces mis otros yos,
las llaman para intervenir,
entonces me tienta el monstruo,
el monstruo de la resurrección, pero no,
no está esta mi mente hoy en día
ni para segundas partes
ni para largas trilogías.
Hoy seré una ermitaña,
en la que, curiosamente,
todos ven a un familiar
muerto ya...
Para empezar,
seré el marido de una viuda
¡Qué mujer encantadora!
La vida lo hizo muy bien,
eligiendo a quien dejar.
Cada pliegue de su cara es un guiño,
una sonrisa, un gesto de complacencia;
cada mancha, el problema de un vecino
que vive su vida en paz.
“Ella me quiere y, no lo voy a negar,
fui huraño, ¡pero me ama!
Me lo dice cada día, y cada noche, que es lo mismo,
pues apenas ya entra luz
por sus dos ojos castaños.
Yo fui el listo, el ingeniero
de los zapatos gastados
ella solo mi compaña, si hablaba
yo la acallaba,
es una mujer sumisa
que hace lo que le da la gana.
Desde este inefable lugar,
muerto la puedo escuchar,
y me vengo a permitir
lo que un vivo nunca vio en mí
llorar...,
por no haberla amado más”.
La viuda, cargando con el ocaso,
se para y me corta el paso.
“¿Qué haces aquí, Laureano?”
Y yo, que soy la ermitaña
y el difunto y la que escribe,
Le digo:
“Ahora soy yo, Antoñina,
quien viene a hacerte compaña,
a decirte que te he amado
y cuánto te echo de menos.
Antoñina juguetona,
como cuando éramos novios,
está que no se lo cree;
le sortean las arrugas dos rubores
como ríos, que anegan su piel reseca.
Las mejillas, abanicos de papel,
y su boca, emulado una sonrisa,
me dicen:
“ Sólo por esto, la pena mereció la espera, Fermín
de aguantar hasta que mueras”.
La Ermitaña aún se extraña
cuando alguien, convencido,
la trata como amigo o enemigo.
Luego, un no sé qué me posee,
quizá son los sentimientos
de aquellos a quienes enfrento.
Algo se encoge por dentro, soy yo,
pero no lo soy,
contemplo y, al acto,
comprendo,
qué algún Ente entró en mi cuerpo.
Otro día soy la vecina
que en accidente murió
cuando, siendo niños,
por la campiña jugando,
nadie le supo advertir
del pozo traga zagales
que siempre hubo estado ahí.
“Cómo has crecido, María.
Cuántos años sin querer saber de mí.
Llevo décadas rezándote,
rogando a Dios por tu alma,
robándole el negro a aquel pozo,
ayer, con luz de petaca
hoy, con lampara de led.
¿Vienes por fin a contarlo?,
el pueblo ha saber
la verdad que yo callé.
Dime que sí”.
Y yo, la ermitaña, que no sabe qué decir
salgo de mí
a robarle la nostalgia
de sus noches sin dormir.
Ahora sí, ya tengo dentro muy hondo
la angustia del pobre Fermín.
“Hola, Fermín,
sí, ya estoy otra vez por el pueblo.
Buscándote llevo un siglo
o menos, que el tiempo aquí
es raro de definir.
¿Ves mis dedos?,
Son ellos quienes se abrieron
cuando, agarrada a tu mano,
sintiendo mis pies sin suelo,
decidí
que era hora de morir.
Así me solté de ti.
Ya es momento que en las noches,
no seas niño, te hagas hombre,
y devuelvas al pasado
las sábanas con mi nombre”.
Uf, esto de ser muchos en uno
quema, pincha, hiela, todo junto.
Siento ser una crisálida
sin fecha de vencimiento.
¡Otra vez!
Abuelo refunfuñón, niña oscura...,
qué duro es ser escritor.
Se te adhieren los papeles,
vives, mueres;
nada se hace realidad, pero aun así
vuelves a resucitar.
“No es verdad, ángel de amor,...”
Ay, mi madre, un actor.
Me rompe el nudo y la trama
esto de hacerme escritor
y toparme con histrión.
Que por no quedarme en casa
inventando personajes
me hice cuentista errante,
pero un actor..., no, por dios.
Si en mí descubre a su muerto,
me aplastará con el drama;
si me toma a cachondeo,
como él,
no habrá nadie tan jocoso
ni más cómico ni más gracioso.
Solo pido
que no entre en guerra conmigo,
pues como sea mal actor
quien más reirá seré yo.
“¡Oye, apartada orilla!,
Anda, mira y dime
¿qué ves en mí?”
“Veo...
Veo que, al fin,
todas las fuerzas del cielo,
la tierra y el mar
me han oído recitar.
Veo que se han dado cuenta
de cuanto les puedo contar.
Veo que te han configurado
en una nimia mortal
para ir, tú y yo,
al más sublime
de los coliseos, a obrar”
“A..., ¿obrar?
—este tío no tiene ni un pelo
de desperdicio—.
Perdona que me ría y ría
es que me estoy acordando
de un chiste
que me acaban de contar.
Perdona que no lo comparta,
soy muy mala al recordar,
pero la parte graciosa
ahí la tengo, que no la puedo olvidar.
Me hablabas de obrar, o eso creo...”
“Obrar, actuar, representar,
cómo lo quieras llamar.
¿Es para eso que has venido?”
“Yo, en fin, vengo para escribir.
Se supone que a un difunto
debes conocer en mí.
Dime que ves a tu padre, a tu hermano, a un pariente,
a un amigo que se fue,
dejándote la conciencia
impresa de filigranas”.
“Pues...
¿Qué te voy a decir?
¿Que sí?
Tal vez.
Soy un actor metamórfico,
puedo reír y sufrir;
dolerme, volverme loco;
soy capaz de transgredir
y dejarme flagelar.
Ser el rey de Alejandría
un esclavo si hace falta”
“Vale, vale, no te enrolles,
pero indaga en tus recuerdos:
¿Algún amante?, ¿un utillero?
¿El hijo de algún compañero...?”
—cruzo mis dedos—.
“Ahí me has dado, espectro”.
“¡Cuida tu boca, maestro!”
“Lo siento, tan pronto
hablo a fantasmas
como me pongo poético,
ya te dije,
que soy un polifacético”.
“Al grano, colega,
que tengo que acabar un cuento
y cada minuto cuenta.
Dime de una vez
quien quieres que sea.
Intento meterme en ti
y solo leo
panfletos, figuraciones
espejos, representaciones
esfuerzo, desilusiones
amargura, soledad y...
¡ausencia!, ¡aquí está!
“Me acabas de descifrar,
mamá,
¿Ves?, las lágrimas están aquí.
¿Por qué me dejaste solo
cuando seis años tenía?
Yo que te adoraba
Tú que me soltabas
en el tupido cuadro
de nuestra creación.
Tu eras una rana,
yo un príncipe enano;
tu eras una bruja,
yo tu negro grajo.
Fuimos tantas cosas,
que cuando te fuiste
me perdí contigo,
olvidé quien soy
y me hice actor
para ser tú y yo”
“¿Entonces, yo soy...?
¿Entonces, no soy
la que creo ser?
Me has hecho llorar
por algo será.
O sea, que no soy poeta,
¿es eso verdad?
¿Pretendo imitar,
fingiéndome errar,
hasta dar con alguien
con quien simular?
Que lo que, realmente,
he buscado siempre
es dar con un hijo
que con siete años
dejé solo en casa,
sin padre ni hermano,
sin ningún pariente.
Me creí yo viva
viviendo mil vidas,
pero era la excusa
de una muerta eterna
para dar contigo,
mi porción más tierna...”.
FIN